XTABAY






XTABAY

Lol comenzó a contarnos la historia Maya de Xtáabay y de la relación que tiene de acuerdo al juicio del milenario Alux Tunich Uk.

Cuenta la leyenda que en un lugar de la Península Yucateca, había un pequeño poblado perdido, entre aquellos que existieron enclavados en la densidad de la selva, cercano a las majestuosas ciudades de la cultura Maya. Este poblado era el productor de miel más importante que había en el Imperio, en sus campos, valles y aun, en las orillas de sus caminos y calzadas se miraban crecer inmensos Tahonales floreando que aparte de ser un bello ornamento al panorama Prehispánico proporcionaban suficiente polen a las abejas que doquier hacían sus colmenas; en los patios de las casas, en el campo o en cualquier lugar donde hubiera un árbol, ahí se constituía un enjambre de abejas. Esta maravilla de la naturaleza hacía a este pueblo el más próspero productor de miel en aquella época; ya que, todos los habitantes incluyendo a mujeres y niños se dedicaban al castrado y comercio del apreciado líquido ámbar. La gente procuraba que éste llegara fresco a la mesa de los Reyes y sacerdotes de la comarca, igualmente como un tributo, proveían la miel para elaborar el Báalche que se usaba sus fiestas y ceremonias religiosas.

Ahí en ese melífero poblado vivían dos hermosas mujeres, una era Xtáabay, pero le llamaban Xkeban (prostituta), la otra, Utz-Colel que significa Mujer buena a juzgar por la creencia del pueblo. A Xkeban la envidiaban las mujeres, por ser considerada como la más hermosa de las aldeanas y porque la agraciada indígena, tenía la destreza de agarrar con sus delicadas manos los panales con miel, sin ser picada por las avispas que parecían seguirla a donde quiera que fuera. Xkeban siempre vestía con pulcritud y modestia, al caminar cerca de ella, se apreciaba de su larga cabellera sedosa un embriagante aroma exótico semejante a las flores del campo, de donde las abejas silvestres extraían el polen para elaborar la dulce sustancia. Los aldeanos cizañeros murmuraban que la preciosa indígena estaba enferma de amor y de pasión que su única pretensión ante los hombres era presumir su cuerpo sensual, entregándose sin condición, a cuanto mancebo se lo requería. La casa donde habitaba, estaba a la vera de un abrupto camino, hecha de guano, forrada con una argamasa de barro colorado y de zacate; cercada con una albarrada cubierta por la enredadera del Cundeamor, donde sobresalían los curiosos frutos maduros de color amarillo y rojo, dando al paisaje campirano un perfecto colorido. La casa se hallaba situada en la cumbre de una pequeña colina, se llegaba hasta ella por un polvoriento y sinuoso camino; en las orillas crecían los frondosos Ha’abines que daban en los días ardientes una agradable sombra, sirviendo ésta, para cobijar del sol agobiante a los caminantes del Mayab. Cerca de ahí, había otra casa bien hecha, pintada con cal, limpia y arreglada continuamente. En ella habitaba Utz-Colel quien era la consentida del pueblo, siempre ocultaba bajo un largo huipil su bella anatomía; simulaba ser virtuosa y honesta a carta cabal y aseguraba con demasiado énfasis a la gente, que ella en la vida no había cometido un desliz, ni siquiera el menor pecado amoroso.

Xtáabay, que según era una cortesana a quien todos deseaban, tenía un corazón grande como era su belleza y su bondad; socorría a los pobres y siempre en su humilde hogar amparaba al necesitado, mientras éste se reponía para luego marcharse ya recuperado, consolaba al enfermo y recogía a los animalitos abandonados, enfermos y heridos. Su natural nobleza de alma la llevaba hasta las casas mas alejadas del pueblo, sin importar hora ni las inclemencias del tiempo, siempre que tenia la oportunidad, ahí estaba ella, dispuesta para auxiliar con verdadera ternura al enfermo y al necesitado; de la misma manera, para cubrir las necesidades de todos sus hermanos, se despojaba del afecto material olvidándose varias veces de ella misma, hasta el grado de romper sus humildes y limpias vestiduras para vendar úlceras y heridas, así como para cubrir la desnudez de los indefensos huérfanos. Ella jamás levantaba la cabeza con arrogancia, nunca murmuró ni criticó a nadie y soportaba con absoluta humildad las injurias e ignominias de todos los nativos malintencionados del poblado. En cambio, bajo la falsa castidad y virtud de Utz-Colel se perfilaba la perversa astucia de la serpiente, era fría, orgullosa, dura del corazón y nunca socorría al enfermo, sintiendo siempre una gran repugnancia por los pobres.

Un día primaveral, cuando se oía a las abejas zumbar en un incansable ir y venir a la colmena, mientras recolectaban ávidamente el néctar de la floración de los tahonales y en los árboles de ha’abin, las personas fisgonas e infames del pueblo al no ver salir de su casa a Xtáabay, supusieron que andaba por otros pueblos ofreciendo su cuerpo y sus indignas pasiones; se alegraron de poder descansar de su vergonzosa presencia y se encargaron de correr por toda esa localidad la noticia de la ausencia de ésta. Transcurrieron varios días de la desaparición, cuando por el pueblo se esparció un delicado aroma de flores, un perfume tan exquisito que invadía todo y nadie se explicaba de dónde emanaba. Siguiendo el origen de esa agradable fragancia, fueron a dar a la casa de Xkeban, hallándola muerta por estar infectada, quizás de un terrible mal que ella adquirió al asistir a las personas que padecían de éste, ahí, se encontraba abandonada y sola, ya que no había nadie cerca que se lamentara de su muerte y llorara por ella.

Lo sorprendente era que Xkeban no se hallaba acompañada de personas, pero sí de su fiel perro, de animales caseros y salvajes. Todos juntos sin agredirse custodiando el cuerpo del que surgía de inadmisible manera aquel desconocido y grato aroma que envolvía todo el pueblo; las abejas atraídas por el dulce aroma que despedía, casi cubrían el cadáver de la benefactora mujer. Uno de los curiosos del pueblo al ver lo que sucedía en la casa de la buena Xkeban, salió corriendo hasta la casa del cacique del pueblo, cuyo nombre era Ah nachal chin (el que tira mucho con piedra).

Al llegar, sofocado dijo al Kalan (guardián) que estaba en la entrada.

-¡Tengo que hablar con el Halach wíinik! Es urgente, ha pasado algo terrible en el pueblo.

El Kalan entró dirigiéndose con rapidez hasta donde estaba el Tatich y le comentó.

-Señor, acaba de llegar un wíinik y quiere hablar con usted, él dice que ha sucedido algo terrible en el pueblo

El Halach Wíinik interesado ordenó enseguida.

-Hazlo pasar inmediatamente

El Kalan hizo lo que su amo le ordenó y condujo al wíinik hasta donde se hallaba el Tatich.



-Habla, dime que mal terrible ha sucedido en el pueblo que te trae tan asombrado

El wíinik haciendo una reverencia le explicó al Tatich.

-Señor, ¡Xkeban ha muerto!, Ella desapareció por varios días y creímos que se había ido a otros lugares, pero hoy al amanecer, un aroma delicioso y exótico inundaba el ambiente. Queriendo averiguar lo sucedido, todos seguimos ese olor y cual fue nuestra sorpresa que nos llevó hasta el hogar de Xkeban y la hallamos muerta, rodeada de su fiel perro y varios animales, al igual que cientos de abejas cubriendo su cuerpo. Yo al ver el suceso pensé que usted debería saberlo enseguida.

-Hiciste lo correcto, ahora retírate

El wíinik se retiró y el Tatich se quedó por unos instantes mirando fijamente hacia un punto determinado, mientras en su rostro expresaba el dolor y la tristeza que sentía por la muerte de su amor escondido y nunca revelado a la bien amada Xkeban. El siempre estaba al tanto de la caritativa labor que en vida ella efectuaba y el amor sincero y desinteresado que sentía por sus semejantes.

Una vez recobrado de la sorpresa que causó tal noticia, se levantó de su asiento judicial y llamo al Kalan y él presuroso acudió al llamado.

-¿Necesita algo?

El Halach wíinik respondió y le ordenó.

-Ve inmediatamente por el Nojochil

El Kalan haciendo una reverencia dijo.



-Enseguida lo haré señor

El Kalan salió enseguida a cumplir la orden del Halach wíinik y se dirigió a la casa de los guerreros para avisar al Nojochil que su presencia era requerida de inmediato.

Mas tarde el Kalan entró al recinto donde se encontraba el Halach wíinik y le comunicó.

-Señor, aquí esta el Nojochil

El Halach wíinik con un ademán ordenó al Kalan salir del recinto y ya a solas con el Nojochil habló.

-Me imagino que ya estarás enterado de lo sucedido a Xkeban

El Nojochil sabiendo del amor escondido del Halach wíinik a la dulce Xkeban comentó.

-Si señor y quiero decirle que yo sé cuanto usted está sufriendo por ello

Dominándose para no demostrar su gran dolor el Halach wíinik le indicó.

-De los guerreros que custodian el Templo, envía el mejor escuadrón de los más valientes que merezcan custodiar el cuerpo inerte de Xkeban, además, que vallan con ellos un grupo de doncellas puras, para que laven y engalanen el cadáver embelleciéndolo con selectas y preciadas prendas.



El Nojochil hizo lo que se le indicó y el personalmente estuvo pendiente para que todo se hiciera tal como lo ordenó el Halach wíinik.

El Nojochil junto con los guerreros esperaron afuera de la humilde casita a las doncellas que ataviaban con vestidos finos de princesa el cuerpo de Xkeban; luego, la llevaron al palacio real colocándola en el altar mayor del Santuario y con resinas aromáticas sahumaron su cuerpo, mientras los artesanos fúnebres preparaban la urna que serviría como su última morada.

Enterada del acontecimiento, la envidiosa y perversa Utz-Colel impugnó a los habitantes del pueblo que se encontraban afuera del palacio real esperando iniciara el funeral de Xkeban.

-¡Esto es una vil mentira! ¿Cómo es posible que de un cuerpo corrupto y profano como el de Xkeban pueda emanar algo bueno? De ella sólo putrefacción y fetidez puede salir, más si es como los vecinos comentan, debe ser algo relacionado con los malos espíritus, o del dios del mal y de esa manera ella continua provocando a los hombres

Todo el pueblo solo se concretaba a estar en silencio y eso encolerizó más a Utz-Colel que agregó diciendo.

-Si una mujer perversa emana ese fino olor, entonces, cuando yo muera el perfume que destilaré de mi sensual cuerpo, será más aromático y delicado.



Utz Colel al darse cuenta que nadie, inclusive sus amigos, daban importancia a sus coléricas y envidiosas palabras, se retiró enfurecida del lugar.

Grande fue la sorpresa de todo el pueblo, al ver que iban llegando grupos de gentes de toda la comarca; eran personas que se habían repuesto de enfermedades y en agradecimiento de la ayuda recibida por parte de Xkeban, fueron a despedir a su hermosa benefactora. Ellos formaron la comitiva más grande que después de Reyes y sacerdotes jamás se hubiera visto en la tierra del Mayab; al frente del cortejo seguida por su fiel perro, cuatro excelsos guerreros cargaban a Xkeban envuelta en un sudario blanco, que ondeaba con el aire fresco de la mañana. Los Tunkules junto con los Caracoles ceremoniales, emitían plañideros sonidos anunciándole a todo el poblado que alguien muy importante partía para su última morada; en una pequeña llanura cercana a una frondosa Ceiba, estaba dispuesta la fastuosa urna funeraria, donde descansaría para siempre Xkeban. Ahí, la depositaron dejando ofrendas funerarias y cubriendo el sepulcro con piedras labradas formando un montículo. Al día siguiente, sucedió algo inesperado, la sepultura estaba cubierta por completo de aromáticas y hermosas flores blancas en forma de campana, la tumba, semejaba una cascada blanca y perfumada por los bellos brotes hasta entonces desconocidas en el Mayab; parecía que estas habían caído del cielo sobre el Muknal de Xkeban, que perduró todo el tiempo florecido y oloroso.

Tiempo después, Utz-Colel contrajo una extraña enfermedad que atacó sus partes intimas y falleció presa de locura a su entierro acudió todo el pueblo, quienes no sabían nada de la súbita demencia y que siempre había ponderado sus virtudes y su honestidad; juntos fueron cantando y gritando que había muerto virgen y pura, la enterraron con grandes lamentos y profusa pena. Al día siguiente recordaron lo que había dicho en vida, acerca de que al morir ella, su cadáver debería exhalar un perfume mejor que el de Xkeban; pero para asombro de quienes la creían buena y recta, comprobaron que al poco tiempo de sepultada, comenzó a escapar de la tierra, un hedor insoportable, el olor nauseabundo a cadáver putrefacto. Todo el pueblo fue presa de un extraño presagio y asustados se retiraron rápidamente; ya que, esto no coincidía con las predicciones que ella misma hiciera en vida, esperaban percibir un aroma más grato que el diseminado cuando Xkeban murió.

En Maya, los viejos aún narran esta historia, señalando con todo detalle lo que debió ocurrir en la leyenda: La floración nacida en la sepultura de la supuesta pecadora Xkeban, es una florecita llamada por los Mayas Xtabentún o Turbina Corymbosa; es la flor silvestre en forma de campana sencilla y bella que se da en cercas, caminos y entre las hojas puntiagudas y tersas del henequén. De estas flores maceradas y fermentadas se extrae un licor que se endulza con miel y embriaga seductoramente, como debió ser el amor puro, humanitario y dulce de Xkeban que mitigaba el dolor de los pobres y afligidos habitantes de la región. Las semillas machacadas de la planta mezcladas con agua componen un brebaje, que posteriormente y debido a su origen se usó en rituales sagrados por los Chamanes y Adivinos.

Como sucede siempre, la maldad es descubierta y señalada de manera misteriosa e inexplicable, sobre la tumba de Utz-Colel nacieron cactos erizados de espinas y mal olor llamado en Maya Tzacam, de ellos sale una flor que es hermosa, pero por las espinas del nopal es intocable; a veces no huele y en otras ocasiones el tufo es desagradable, así como el carácter y la falsa virtud de la envidiosa mujer.

La gente descubrió que al fallecer Xkeban, Utz-Colel sin saber la realidad, se puso a reflexionar en el suceso de la muerte de Xkeban, llegando a la errónea conclusión que fue por sus pecados de amor; pues su desquiciada mente no lograba entenderlo y pensó que Xkeban fue protegida por una deidad desconocida. Entonces, en una forma equivocada, se dedicó a imitarla entregándose al amor desenfrenado y lascivo, sin llegar a importarle las graves consecuencias de sus actos; no se daba cuenta que si las cosas sucedieron así, fue por la bondad del corazón de Xkeban que daba amor a sus semejantes por impulso generoso y natural. Ahora, el atormentado espíritu de la malvada Utz-Colel, clama ayuda al dios Ah Puch “El Descarnado”, con quien se amancebó y cómo él era el jefe de los demonios, le concedió la gracia de regresar al mundo cada vez que ella quisiera convertida en bella mujer, para enamorar a los hombres, pero con amor funesto, ya que por la dureza de su corazón no podía dar otro.

Estábamos tan embelesados ante el fabuloso relato que cuando Lol habló de nuevo casi no lo escuchamos.

-Así finaliza la historia y ahora saben que Utz-Colel pasó a ser Xtáabay.

Lol rió al vernos atolondrados por el relato y continuó diciendo.

-Después de narrarles esta leyenda ya conocen que Utz-Colel surge del Tzacam, flor de cactos punzantes y rígidos; aguarda a los hombres bajo las sombras de las frondosas Ceibas, mientras peina su larga y sedosa cabellera con un fragmento de cactus erizado de púas. Sigue a los varones hablando excitantes y provocativas palabras, tal como en vida lo hacía escondiendo su identidad, de ese modo, consigue embelesarlos, los atrae y luego al final de un íncubo acto, los mata en el frenesí de su maléfico amor

Al terminar Lol su relato, permanecimos inmersos un instante en nuestros pensamientos y al sentir que él daba una palmadita en mi espalda, salí del arrobamiento en el que estaba sumergido y reparé que me señalaba las cuevas para que viera lo que estaba pasando.
Nos dimos cuenta que los Aluxes empezaron a huir velozmente, pues la alborada llegaba y con ella, la inminente luz del nuevo día; la aurora irradiaba en el oriente presagiando la inmediata salida del sol. Todos caminaban con prisa a las pequeñas cuevas, ni siquiera voltearon a vernos, se fueron uno por uno al espeso follaje; el asombroso encanto de la noche había acabado, quedándonos solos en medio del gran bosque. Aún en la mente resonaba como eco lejano, nuestra algarabía de la inusual fiesta; la histórica fogata ya había perdido su esplendor, solo arrojaba humo débilmente. Al tiempo que meditábamos acerca de estos fantásticos seres, las incipientes radiaciones del Astro Rey que traspasaban el tupido follaje de los árboles, acariciaban nuestras cabelleras.



 
Tesoros Hallados


C
ampeche es una tierra de épicas leyendas y de tradiciones, donde se mezcla con frecuencia la realidad y la imaginación, debido en gran parte a la influencia Española combinada con mitos Mayas, causada por la devoción arraigada de los Ibéricos, ancestrales conocimientos astrológicos y prácticas paganas de los aborígenes peninsulares. Por esa razón, es impredecible discernir cuando una historia es verdadera o una quimera; sin embargo, este bello y paradisíaco lugar, está eternamente lleno de inimaginables historias acerca de cosas sobrenaturales y maravillosas; sucesos que en ocasiones tienen bases sustentables y en otras solo el testimonio del autor.
La historia que siempre he atesorado viene del seno familiar, ésta cuenta que en tiempos pasados, el camino Real que se utilizaba para transitar en las épocas de lluvia, era el que pasaba a un costado de la iglesia de Santa Lucía cerca al cementerio del mismo nombre que desembocaba frente a la Quinta “La Estanzuela”. Camino que era más firme, pero no muy seguro, porque muchos nativos residían en esos cerros; ellos desconfiaban de la gente y cuando alguien pasaba por ahí simultáneamente con sus hondas y tirahules les lanzaban piedras encabritando a los caballos e hiriendo a los jinetes y transeúntes.
En una ocasión el Turco Briceño[1] junto a su hermano Miguelito cabalgaban en la oscura y fría madrugada por ese camino, mientras que el denso sereno caía formando una mancha de niebla al bajar sobre la hierba. Medio adormilados, iban galopando hacia la finca Mira Flores para ordeñar las vacas del establo de su padre Don Miguel[2] a quien de cariño llamaban “el Viejo.” Las lecheras de lámina sujetadas a los costados de la montura se bamboleaban con estrépito por el galopar de los caballos, e inesperadamente a la orilla del camino, a un costado de la Iglesia, se les apareció un fantasma; esta aparición agarró la rienda del caballo Moro del Turco y señaló una llama azul que ardía cerca sobre el crecido y humedecido pasto verde por el sereno[3] de la madrugada. Tras un instante de observar la flama, el Turco y Miguelito se volvieron hacia el misterioso personaje para preguntar, pero ya no estaba; asustados, se fueron galopando sin detenerse hasta llegar al establo del “Viejo”.
Mas tarde mientras ordeñaban las vacas, el Turco aún aturdido por el encuentro con el misterioso personaje preguntó.
-¿Miguelito qué habrá sido lo que vimos?. ¿No será que el extraño personaje nos estaba señalando que en ese lugar había dinero enterrado?
Miguelito sin dejar de trabajar le respondió.
-No sé, pero, lo que sí te digo es que tuve demasiado miedo, yo nunca había tenido una experiencia tenebrosa y ésta fue escalofriante.
El Turco continuó hablando.
-Dicen que cuando uno ve candela[4] puede ser por dos circunstancias según sea el color del fuego, un valioso tesoro o que ahí halla huesos[5]; las osamentas antiguas pueden causar fluorescencia y la iglesia en otras épocas fue usada como hospital para albergar a los contagiados de la terrible viruela negra.[6] Esa área la habilitaron como cementerio sepultando a todos los que morían del terrible mal y posteriormente edificaron el actual cementerio de Santa Lucia; también, podría ser dinero, ya que los gases emanados por el metal áureo causan fluorescencia.
Miguel comentó.
-Debimos haber marcado el lugar para ir después a excavar.
El Turco poniéndose de pie indicó a Miguelito.
-Está bien, regresemos al lugar para marcarlo.
Dejando a medias la ordeña se fueron, pero al llegar, no podían hallar el lugar exacto donde vieron arder la flama, así que retornaron desilusionados a sus labores del establo.
Años después, mientras hacían excavaciones en la calle para instalar la tubería del agua potable, los trabajadores hicieron el descubrimiento de un tesoro que se hallaba precisamente en un lugar muy cercano al área, donde el Turco y Miguel habían visto la llama ardiendo. Según decía la gente, el tesoro eran monedas españolas antiguas de oro y plata, así como joyas de diferentes metales; los obreros y algunos vecinos que descubrieron el gran tesoro saquearon lo que pudieron, pero ante la algarabía producida por el descubrimiento de la fortuna, la arrebatiña degeneró en trifulca, haciendo necesaria la intervención de la policía para resguardar lo que quedaba y mantener el orden. Durante un tiempo, el relato del fantasma de la iglesia de Santa Lucia fue una gran noticia y posteriormente quedó en el olvido.
El siguiente relato se remonta al año de 1938 a orillas de la Ría que hoy es un canal de desagüe, En aquel tiempo, éste, era un arroyo con bellas palmeras en la ribera por donde bajaban de los cerros las aguas pluviales cargadas de mojarras y durante las épocas de sequías el agua del mar penetraba ahí para llenarlo. En la orilla había una casa antigua donde vivía Don Miguel y su familia, los niños acostumbraban jugar en un viejo horno de pan que se hallaba en desuso en la cocina y como era muy calientito por su edificación, las gallinas lo utilizaban para encamarse[7], al poner sus huevos; los muchachitos de vez en cuando se metían y sacaban huevos que se usaban en el desayuno. Por las tardes, ellos se sentaban a comer unas ricas pepitas[8] tostadas en un pequeño descanso a la entrada del horno; éste fue empleado por los panaderos para asentar las charolas del pan.
Después de vivir algunos años ahí, don Miguel tuvo que desocupar la casa, porque el dueño se las pidió, para alojar a una hija que contraería matrimonio. Mas tarde, al llevarse a cabo la remodelación y demoler el viejo horno de pan, encontraron en la parte de abajo de la entrada de éste un tesoro, la casa fue terminada forrada con elegante mármol, así mismo, la sepultura del infortunado Rico, pues murió posteriormente al hallazgo.
Podría seguir narrando un sin fin de historias más respecto a los tesoros hallados y llenar cientos de volúmenes completos de tradiciones Mayas y leyendas de piratería; pero, el propósito del libro es hablar de los duendes Mayas (Aluxes) y para ilustrar el contenido de éste, es suficiente con los antes mencionados. Estos sucesos fueron los que nos motivaron a saber más acerca de los mitológicos seres de la civilización Maya, a quienes se atribuyen los más insólitos poderes mágicos dentro de esta extraordinaria, pagana y supersticiosa cultura.
A continuación, me dedicaré a escribir sobre el propósito del texto, “Atrapar a un legendario Alux”, aun con los riesgos hechizos o encantamientos que acarrearía esto en nuestras vidas.


[1] Héctor Román Briceño Bernes: (Campeche Méx. 1926-1997) El Turco Briceño. Padre del Autor.
[2]MiguelReyes Briceño Soberanis: (Campeche-Méx. 1906-1982).
[3] Sereno: Humedad.
[4] Candela: Lumbre, fuego.
[5] Huesos: El fósforo de los huesos es fluorescente y en ocasiones semeja algo que esta ardiendo.
[6]Viruela negra: Una gran epidemia que azotó a la ciudad de Campeche.
[7] Encamarse: Anidarse para empollar sus huevos.
[8] Pepitas: Semillas de calabaza tostadas.


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Aluxob

A la caza de un Alux


Después de unos minutos dentro del extraño ambiente que para nosotros fueron siglos, se acercó la cubana Colasa.
Al caminar se contoneaba y pasaba su mano con gracia sobre el negro, corto y
ensortijado cabello que traía arreglado con minúsculas trenzas que brillaban de tanta vaselina y remataban en unos pequeños huesos y moños de color rojo, realzando así su aspecto de pitonisa.
Excitada por el esfuerzo que hacia al llevar a cabo su trabajo, de su morena y amplia frente le escurrían gruesas gotas de sudor; en aquel momento sin avisar, nos roció con una loción verde y olorosa.
Nos indicó que entráramos a una
habitación adornada con policromos cortinajes, en los quicios colgaban algunas cabezas de ajo y unos ramos de hierbas, en el centro del cuarto había un viejo y destartalado anafe de lámina que tenía algo que ardía y echaba un sahumerio fastidioso y picante; Colasa siempre utilizaba ese espeso humo para sus trabajos, pero a nosotros, aparte de hacernos toser y derramar una que otra lágrima, nos causaba gran dificultad para distinguir nuestro entorno. La cubana maliciosa sonreía enseñando sus dientes manchados por el tabaco, mientras decía:
—Ustedes están poseídos de malos vientos y demonios por eso no soportan el olor—.
Mientras con ternura nos llamaba por nuestro nombre, no dejaba de mirarnos lascivamente y con sus delgadas manos de largas uñas pintadas de negro acariciaba mis cabellos, de repente se inclinó y me dio un beso directo, chupándome la boca como si fuera una fruta madura que me dejó nervioso e impregnado de un fuerte olor a tabaco y un agradable olor a sándalo.