ALUX

Fábula Maya
Alux

Duendes que en épocas pretéritas según la leyenda fueron unos simples muñecos de barro y que posteriormente con sus conjuros los sacerdotes Mayas los convirtieron en pequeños seres con cara de niño y enjuta como la de un anciano, teniendo su piel muy morena y arrugada.

Los Aluxes viven en lo profundo del bosque en los lugares más cercanos a las antiguas ciudades Mayas y en pequeños grupos familiares; todos los adultos se dedican a recolectar las raíces, vegetales y las frutas del campo en pequeñas canastas que ellos mismos elaboran con bejucos.

Conviven con los animales del bosque y los cuidan, pues utilizan los pelos que se les caen para hacer sus mullidas camas. Su diversión favorita son las hogueras, ya que siempre están alrededor de una jugando muy alborozados y bebiendo bastante licor de Xtabentún; de vez en cuando se trasladan en las dimensiones del tiempo y cuantas veces quieren se integran a la naturaleza
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Aluxob

A la caza de un Alux


Después de unos minutos dentro del extraño ambiente que para nosotros fueron siglos, se acercó la cubana Colasa.
Al caminar se contoneaba y pasaba su mano con gracia sobre el negro, corto y
ensortijado cabello que traía arreglado con minúsculas trenzas que brillaban de tanta vaselina y remataban en unos pequeños huesos y moños de color rojo, realzando así su aspecto de pitonisa.
Excitada por el esfuerzo que hacia al llevar a cabo su trabajo, de su morena y amplia frente le escurrían gruesas gotas de sudor; en aquel momento sin avisar, nos roció con una loción verde y olorosa.
Nos indicó que entráramos a una
habitación adornada con policromos cortinajes, en los quicios colgaban algunas cabezas de ajo y unos ramos de hierbas, en el centro del cuarto había un viejo y destartalado anafe de lámina que tenía algo que ardía y echaba un sahumerio fastidioso y picante; Colasa siempre utilizaba ese espeso humo para sus trabajos, pero a nosotros, aparte de hacernos toser y derramar una que otra lágrima, nos causaba gran dificultad para distinguir nuestro entorno. La cubana maliciosa sonreía enseñando sus dientes manchados por el tabaco, mientras decía:
—Ustedes están poseídos de malos vientos y demonios por eso no soportan el olor—.
Mientras con ternura nos llamaba por nuestro nombre, no dejaba de mirarnos lascivamente y con sus delgadas manos de largas uñas pintadas de negro acariciaba mis cabellos, de repente se inclinó y me dio un beso directo, chupándome la boca como si fuera una fruta madura que me dejó nervioso e impregnado de un fuerte olor a tabaco y un agradable olor a sándalo.