Las pesadillas por la noche fueron en aumento; ahora yo tenía sueños eróticos, muy extraños, bellas mujeres voluptuosas de largas y sedosas cabelleras parecidas a las jóvenes del tren me asediaban durante la noche provocándome poluciones a tal manera que amanecía extenuado y hambriento.

Manuel me preguntó al respecto: 

—¿Qué te pasa? Te veo preocupado.

—No lo sé exactamente Manuel, pero siento que algo malo está ocurriendo.

—Malo, ¿cómo qué?


—Por las noches no puedo Dormir, me parece ver figuras de voluptuosas mujeres que deambulan por el aire y cuando al fin logro cerrar los ojos, se incorporan a mi sueño, en realidad esto es un infierno.

Manuel dijo al mismo tiempo que reía estrepitosamente. 

—¡Un infierno!, amigo invítame a tu infierno.

Pero rápido se puso serio y dijo:


—Me da risa de miedo y no de otra cosa, yo tampoco duermo tranquilo, lo que pasa, como tú ya sabes me duermo fácilmente.

—Sí, lo sé, tú duermes hasta caminando —le dije, y reímos los dos.

—Sí, es cierto, pero escucha, te voy a contar mis sueños, son muy parecidos a los tuyos, unas bellas mujeres me asedian con los mismos propósitos que a ti, con la diferencia que son bellas pero a la vez repugnantes y en mi sueño siempre ando huyendo de ellas.

—Dices que son bellas y repugnantes, ¿por qué?


—Sí, son hermosas y muy perfumadas, se presentan completamente desnudas y sus rostros son muy parecidos a las hermanitas de Emeterio y su mamá, pero tienen alas semejantes a los murciélagos y de las partes íntimas de su cuerpo salen afiladas navajas que se mueven produciendo un ruido espantoso.

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Aluxob

A la caza de un Alux


Después de unos minutos dentro del extraño ambiente que para nosotros fueron siglos, se acercó la cubana Colasa.
Al caminar se contoneaba y pasaba su mano con gracia sobre el negro, corto y
ensortijado cabello que traía arreglado con minúsculas trenzas que brillaban de tanta vaselina y remataban en unos pequeños huesos y moños de color rojo, realzando así su aspecto de pitonisa.
Excitada por el esfuerzo que hacia al llevar a cabo su trabajo, de su morena y amplia frente le escurrían gruesas gotas de sudor; en aquel momento sin avisar, nos roció con una loción verde y olorosa.
Nos indicó que entráramos a una
habitación adornada con policromos cortinajes, en los quicios colgaban algunas cabezas de ajo y unos ramos de hierbas, en el centro del cuarto había un viejo y destartalado anafe de lámina que tenía algo que ardía y echaba un sahumerio fastidioso y picante; Colasa siempre utilizaba ese espeso humo para sus trabajos, pero a nosotros, aparte de hacernos toser y derramar una que otra lágrima, nos causaba gran dificultad para distinguir nuestro entorno. La cubana maliciosa sonreía enseñando sus dientes manchados por el tabaco, mientras decía:
—Ustedes están poseídos de malos vientos y demonios por eso no soportan el olor—.
Mientras con ternura nos llamaba por nuestro nombre, no dejaba de mirarnos lascivamente y con sus delgadas manos de largas uñas pintadas de negro acariciaba mis cabellos, de repente se inclinó y me dio un beso directo, chupándome la boca como si fuera una fruta madura que me dejó nervioso e impregnado de un fuerte olor a tabaco y un agradable olor a sándalo.