El Sueño de Pepín

                                                           Pepín


 El Niño que Quería ser Pájaro



Érase una vez un niño que se llamaba José Alberto y de cariño llamado Pepín, vivía en una finca tropical llena de árboles frutales donde el pasto verde y las flores crecían por doquier, de los pozos artesianos, las bombas extraían agua cristalina que corría entre el huerto; por ende, abundaban pájaros de muchas especies.

Pepín siempre fue un niño muy inteligente, pero demasiado delgado y enfermo de asma; le gustaba que le llamaran por Pepín, pero su mamá le llamaba pepe a secas. Como no era de su agrado decía.

—No me llames Pepe, llámame Pepín.

Pero su madre cariñosamente le decía.

—No hijo tu nombre es José y el hipocorístico es Pepe no Pepín.

—No, mamá yo soy Pepín—. Preocupado respondió.

— ¡Que no! Te decimos Pepín de cariño pero eres pepe, repepe y recontrapepe.

 Entonces él decía:

—¡Yo soy Pepín! — y se retiraba.

 Era especial en cuanto a comidas, no le gustaban algunos guisos que hacía su mamá; pero le gustaba hacerle bromas a sus hermanos, a veces se burlaba de algunos defectos de ellos, amaba a los pájaros y cuando peleaban decía: —Ojalá yo fuera un pájaro para poder volar lejos de ustedes.

Observaba a los pájaros y hacía ruidos imitándolos; cierto día, encontró un pedazo grande de cartulina y se confeccionó un gran pico, se lo ató en la boca con un lazo atrás de la cabeza y así fingiendo ser un pájaro andaba por todo el patio de la casa, daba de picotazos en el piso simulando que comía granos o gusanos.



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Aluxob

A la caza de un Alux


Después de unos minutos dentro del extraño ambiente que para nosotros fueron siglos, se acercó la cubana Colasa.
Al caminar se contoneaba y pasaba su mano con gracia sobre el negro, corto y
ensortijado cabello que traía arreglado con minúsculas trenzas que brillaban de tanta vaselina y remataban en unos pequeños huesos y moños de color rojo, realzando así su aspecto de pitonisa.
Excitada por el esfuerzo que hacia al llevar a cabo su trabajo, de su morena y amplia frente le escurrían gruesas gotas de sudor; en aquel momento sin avisar, nos roció con una loción verde y olorosa.
Nos indicó que entráramos a una
habitación adornada con policromos cortinajes, en los quicios colgaban algunas cabezas de ajo y unos ramos de hierbas, en el centro del cuarto había un viejo y destartalado anafe de lámina que tenía algo que ardía y echaba un sahumerio fastidioso y picante; Colasa siempre utilizaba ese espeso humo para sus trabajos, pero a nosotros, aparte de hacernos toser y derramar una que otra lágrima, nos causaba gran dificultad para distinguir nuestro entorno. La cubana maliciosa sonreía enseñando sus dientes manchados por el tabaco, mientras decía:
—Ustedes están poseídos de malos vientos y demonios por eso no soportan el olor—.
Mientras con ternura nos llamaba por nuestro nombre, no dejaba de mirarnos lascivamente y con sus delgadas manos de largas uñas pintadas de negro acariciaba mis cabellos, de repente se inclinó y me dio un beso directo, chupándome la boca como si fuera una fruta madura que me dejó nervioso e impregnado de un fuerte olor a tabaco y un agradable olor a sándalo.