La veleta roja (Sin patria y sin hogar)



Esta es la historia de un joven cortador de caña que llegó a los Estados Unidos, no en busca del sueño americano, sino huyendo de una acción ignominiosa en la que el afectado era él y debido a la injusticia y corrupción que predominaba en su patria en lugar de resarcirlo lo llevarían a la prisión quizás para toda la vida.
No obstante, en los Estados Unidos solamente vislumbró un poco de los beneficios de este próspero país, pues su destino ya estaba marcado y de una o de otra manera debería ir a la prisión, una situación fortuita lo llevó a la cárcel y de todas maneras sin culpa alguna fue juzgado arbitrariamente y condenado a pasar encerrado en la cárcel 20 años por algo que no había hecho.
La corrupción, el tráfico de drogas y las influencias en la prisión le beneficiaron, un maniático sexual fue el medio para conseguir la anhelada libertad y además, salir de la prisión con algunos cientos de miles de dólares que le sirvieron para huir de ese país, y con otra identidad triunfó en México como un empresario de la vida licenciosa.
Después de haber sido amo y señor en la veleta roja, un cabaré de lujo, sin saberlo, cometió incesto, fue traicionado por la mujer que más quería y finalmente después de cometer múltiples crímenes con el fin de conservar su emporio de prostitución, lo vendió, repartió el dinero con la mujer que lo había traicionado y con su hermana con quien procreó dos hijos; finalmente, quiso rehacer su vida, pero nuevamente la mala suerte fue su compañera y terminó siendo un mendigo.


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Aluxob

A la caza de un Alux


Después de unos minutos dentro del extraño ambiente que para nosotros fueron siglos, se acercó la cubana Colasa.
Al caminar se contoneaba y pasaba su mano con gracia sobre el negro, corto y
ensortijado cabello que traía arreglado con minúsculas trenzas que brillaban de tanta vaselina y remataban en unos pequeños huesos y moños de color rojo, realzando así su aspecto de pitonisa.
Excitada por el esfuerzo que hacia al llevar a cabo su trabajo, de su morena y amplia frente le escurrían gruesas gotas de sudor; en aquel momento sin avisar, nos roció con una loción verde y olorosa.
Nos indicó que entráramos a una
habitación adornada con policromos cortinajes, en los quicios colgaban algunas cabezas de ajo y unos ramos de hierbas, en el centro del cuarto había un viejo y destartalado anafe de lámina que tenía algo que ardía y echaba un sahumerio fastidioso y picante; Colasa siempre utilizaba ese espeso humo para sus trabajos, pero a nosotros, aparte de hacernos toser y derramar una que otra lágrima, nos causaba gran dificultad para distinguir nuestro entorno. La cubana maliciosa sonreía enseñando sus dientes manchados por el tabaco, mientras decía:
—Ustedes están poseídos de malos vientos y demonios por eso no soportan el olor—.
Mientras con ternura nos llamaba por nuestro nombre, no dejaba de mirarnos lascivamente y con sus delgadas manos de largas uñas pintadas de negro acariciaba mis cabellos, de repente se inclinó y me dio un beso directo, chupándome la boca como si fuera una fruta madura que me dejó nervioso e impregnado de un fuerte olor a tabaco y un agradable olor a sándalo.