Leyendas de la selva campechana



La Selva campechana por centurias ha sido proveedora de madera, poco tiempo después de la conquista, los barcos transportaban a Europa el palo de tinte, cedro, caoba y maderas duras tropicales en cantidades calculadas en miles de toneladas que se incrementaron paulatinamente hasta alcanzar las 100.000 toneladas en un año. La plata corría a raudales y se llenaron los bosques de cazadores, madereros, chicleros y también de bandidos prófugos de la justicia que se cobijaron al amparo de estas arduas profesiones, vivían en la selva a gusto porque la ley no existía y muchas veces podían obtener un sueldo honorable. Los lagarteros y cazadores que siempre habían existido entre los indios y mestizos, encontraron la manera de nunca quedarse sin empleo, brincaban de una actividad a otra manteniéndose constantemente en la selva que era su hábitat. Ahí, en el monte intrincado, habitualmente por las tardes antes de retirarse a descansar se contaban las más insólitas leyendas que mezclaban las quimeras con una realidad evidente. El autor del libro en épocas más recientes fue protagonista o participe en algunas de estas actividades y en este texto las adaptó a su criterio para sacarlas a la luz.

No hay comentarios:

BIENVENIDOS


Aluxob

A la caza de un Alux


Después de unos minutos dentro del extraño ambiente que para nosotros fueron siglos, se acercó la cubana Colasa.
Al caminar se contoneaba y pasaba su mano con gracia sobre el negro, corto y
ensortijado cabello que traía arreglado con minúsculas trenzas que brillaban de tanta vaselina y remataban en unos pequeños huesos y moños de color rojo, realzando así su aspecto de pitonisa.
Excitada por el esfuerzo que hacia al llevar a cabo su trabajo, de su morena y amplia frente le escurrían gruesas gotas de sudor; en aquel momento sin avisar, nos roció con una loción verde y olorosa.
Nos indicó que entráramos a una
habitación adornada con policromos cortinajes, en los quicios colgaban algunas cabezas de ajo y unos ramos de hierbas, en el centro del cuarto había un viejo y destartalado anafe de lámina que tenía algo que ardía y echaba un sahumerio fastidioso y picante; Colasa siempre utilizaba ese espeso humo para sus trabajos, pero a nosotros, aparte de hacernos toser y derramar una que otra lágrima, nos causaba gran dificultad para distinguir nuestro entorno. La cubana maliciosa sonreía enseñando sus dientes manchados por el tabaco, mientras decía:
—Ustedes están poseídos de malos vientos y demonios por eso no soportan el olor—.
Mientras con ternura nos llamaba por nuestro nombre, no dejaba de mirarnos lascivamente y con sus delgadas manos de largas uñas pintadas de negro acariciaba mis cabellos, de repente se inclinó y me dio un beso directo, chupándome la boca como si fuera una fruta madura que me dejó nervioso e impregnado de un fuerte olor a tabaco y un agradable olor a sándalo.