TRANSPORTACIÓN EN EL TIEMPO




Todo comenzó en la escuela superior de Ingeniería física nuclear, estábamos ensayando con los nanos, el plasma de cuarzo, los agujeros de gusano, el tiempo caótico entre otras leyes y teorías. El ingeniero Yabir Martinez era un maestro universitario sabio y locuaz, y como él decía andaba en busca de su piedra filosofal del siglo XX; tenía su propio Opus magnum y habia dedicado afanosamente parte de su vida a buscar la formula para lograr viajar a través del tiempo y de paso me habia metido en la mente su proyecto loco. Sin embargo, aunque era algo que no creía factible, tomando en cuenta la teoría de que lo pasado ya no existe y el futuro es incierto, pensaba que esto o aquello pudiera haber sido de esta o de otra manera y los resultados actuales serían diferentes, de igual forma me ponía a pensar cómo hacer un futuro mejor y la nanotecnología molecular que estaba en plena efervescencia nos alentaba a buscar el hilo negro. Yabir era mi maestro, me habia agarrado mucha estima y me alentaba a seguir experimentando, ya que, mediante ciertos procesos existía la posibilidad de adelantar y atrasar el tiempo por algunos instantes solamente perceptible en laboratorio. Si bien, Yabir Martinez creia que no habia cielo ni infierno como lo conceptualiza el vulgo, tenía la certeza que habia diferentes dimensiones suspendidas en el tiempo. El aseguraba que una dimension se encontraba encajada en otra, y en este concepto afirmaba que en el lugar donde nos encontrábamos en determinado momento, podría estarse realizando otra escena disímil con las mismas personas en diferentes épocas. (less)

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Aluxob

A la caza de un Alux


Después de unos minutos dentro del extraño ambiente que para nosotros fueron siglos, se acercó la cubana Colasa.
Al caminar se contoneaba y pasaba su mano con gracia sobre el negro, corto y
ensortijado cabello que traía arreglado con minúsculas trenzas que brillaban de tanta vaselina y remataban en unos pequeños huesos y moños de color rojo, realzando así su aspecto de pitonisa.
Excitada por el esfuerzo que hacia al llevar a cabo su trabajo, de su morena y amplia frente le escurrían gruesas gotas de sudor; en aquel momento sin avisar, nos roció con una loción verde y olorosa.
Nos indicó que entráramos a una
habitación adornada con policromos cortinajes, en los quicios colgaban algunas cabezas de ajo y unos ramos de hierbas, en el centro del cuarto había un viejo y destartalado anafe de lámina que tenía algo que ardía y echaba un sahumerio fastidioso y picante; Colasa siempre utilizaba ese espeso humo para sus trabajos, pero a nosotros, aparte de hacernos toser y derramar una que otra lágrima, nos causaba gran dificultad para distinguir nuestro entorno. La cubana maliciosa sonreía enseñando sus dientes manchados por el tabaco, mientras decía:
—Ustedes están poseídos de malos vientos y demonios por eso no soportan el olor—.
Mientras con ternura nos llamaba por nuestro nombre, no dejaba de mirarnos lascivamente y con sus delgadas manos de largas uñas pintadas de negro acariciaba mis cabellos, de repente se inclinó y me dio un beso directo, chupándome la boca como si fuera una fruta madura que me dejó nervioso e impregnado de un fuerte olor a tabaco y un agradable olor a sándalo.